Estamos apoyados en los caños fríos
de la garita, coincidimos en el ser transeúntes. Esperamos el mismo colectivo,
ese 143 que va desde Primera Junta hasta los confines de Hurlingham.
Todas las madrugadas observo el mismo rostro,
todas las madrugadas viajamos juntos pero sólo nos miramos. Jamás intercambiamos
palabras pero parecería que nos conocemos. Muchas veces lo imagino de joven:
vigoroso, bien vestido, ligero, respetuoso (esto último lo he percibido ya que
siempre me deja ascender primero al colectivo, aunque muchas veces no acepté y
me ofrecí yo a darle el paso). Como
decía, lo imagino del brazo de una mujer baja, de labios rojos y pelo negro,
muy negro. Lo imagino sosteniendo un niño en brazos, cantando un tango o una
canción de cuna que diga algo así: “Santa Ana María porque llora el niño por
una manzana que se le ha perdido. Yo le daré dos una para el niño y otra para
vos”. Lo imagino recorriendo un barrio
de calles de tierra. En las noches en las que hace frío, él trae unos guantes
de cuero que tienen unas iniciales y yo creo que son de su mujer, las mismas
iniciales se repiten en una bufanda a cuadros rojos y negros que lleva siempre.
A veces lo veo más agachado y con más dificultades para andar. Para él, el
tiempo gira lento y para mi, demasiado rápido. No sé cuánto más podremos
soportar los inviernos crudos o los veranos tenaces, o la humedad que reseca
los huesos. Por eso lo miro y disfruto mirarlo, disfruto la perplejidad de
tenerlo frente a mí, aunque sea una hora, que es el tiempo que dura nuestro
viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario