viernes, 17 de febrero de 2012

Escrito para un hombre que podría ser mi Abuelo


Estamos apoyados en los caños fríos de la garita, coincidimos en el ser transeúntes. Esperamos el mismo colectivo, ese 143 que va desde Primera Junta hasta los confines de Hurlingham.
 Todas las madrugadas observo el mismo rostro, todas las madrugadas viajamos juntos pero sólo nos miramos. Jamás intercambiamos palabras pero parecería que nos conocemos. Muchas veces lo imagino de joven: vigoroso, bien vestido, ligero, respetuoso (esto último lo he percibido ya que siempre me deja ascender primero al colectivo, aunque muchas veces no acepté y me ofrecí yo a darle el paso).  Como decía, lo imagino del brazo de una mujer baja, de labios rojos y pelo negro, muy negro. Lo imagino sosteniendo un niño en brazos, cantando un tango o una canción de cuna que diga algo así: “Santa Ana María porque llora el niño por una manzana que se le ha perdido. Yo le daré dos una para el niño y otra para vos”.  Lo imagino recorriendo un barrio de calles de tierra. En las noches en las que hace frío, él trae unos guantes de cuero que tienen unas iniciales y yo creo que son de su mujer, las mismas iniciales se repiten en una bufanda a cuadros rojos y negros que lleva siempre. A veces lo veo más agachado y con más dificultades para andar. Para él, el tiempo gira lento y para mi, demasiado rápido. No sé cuánto más podremos soportar los inviernos crudos o los veranos tenaces, o la humedad que reseca los huesos. Por eso lo miro y disfruto mirarlo, disfruto la perplejidad de tenerlo frente a mí, aunque sea una hora, que es el tiempo que dura nuestro viaje.  

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