Hubo un silencio...
Se instaló, un tiempo
Es el silencio
el que me permite
escuchar mi respiración
y la tuya
sábado, 21 de abril de 2012
sábado, 10 de marzo de 2012
Puerco-espines
Quiero encontrar ese punto medio, el de los puerco-espines, ese punto dónde podemos
sentir el abrigo sin dañarnos con nuestras propias espinas.
sábado, 25 de febrero de 2012
Sobre el chico del cabello rojo o Sobre un episodio de la realidad
El chico del cabello rojo con sus
escasos seis años y once meses me preguntó ¿A qué le tenés miedo?
MIEDO a quedar atrapada en la
oscuridad de una ruta solitaria
MIEDO a la velocidad extrema en la
noche
MIEDO a quedarme sola
MIEDO a que muera gente que
quiero
MIEDO a los enrosques de mi cabeza
MIEDO a no tener plata
MIEDO a no trabajar nunca más de
lo que elijo
MIEDO a ver cosas que no quiero
MIEDO a la inmensidad de mi casa
MIEDO al abandono
MIEDO a hacerme grande y sentirme
pequeña
Por lo tanto MIEDO a cumplir años
MIEDO a estar cerca, a sentir tu
olor a tabaco
pero estar a miles de kilómetros
de distancia
MIEDO a escuchar el arrastre de
tus pies
y no verte
MIEDO a que no salga el sol
MIEDO a las peleas entre perros
MIEDO a pasar cerca de perros
desconocidos
MIEDO a los rottweiler
MIEDO a los que dicen
que los perros huelen el MIEDO
Mejor dicho, MIEDO a los perros
MIEDO a los ambiciosos
oportunistas
MIEDO a alguien que pertenece a
ese grupo
Pero que no puedo nombrar
por discreción
Y porque no sumaría de nada
que sepan su nombre
MIEDO al determinismo
MIEDO a la ambigüedad
En todo caso MIEDO a mis
contradicciones
viernes, 17 de febrero de 2012
Escrito para un hombre que podría ser mi Abuelo
Estamos apoyados en los caños fríos
de la garita, coincidimos en el ser transeúntes. Esperamos el mismo colectivo,
ese 143 que va desde Primera Junta hasta los confines de Hurlingham.
Todas las madrugadas observo el mismo rostro,
todas las madrugadas viajamos juntos pero sólo nos miramos. Jamás intercambiamos
palabras pero parecería que nos conocemos. Muchas veces lo imagino de joven:
vigoroso, bien vestido, ligero, respetuoso (esto último lo he percibido ya que
siempre me deja ascender primero al colectivo, aunque muchas veces no acepté y
me ofrecí yo a darle el paso). Como
decía, lo imagino del brazo de una mujer baja, de labios rojos y pelo negro,
muy negro. Lo imagino sosteniendo un niño en brazos, cantando un tango o una
canción de cuna que diga algo así: “Santa Ana María porque llora el niño por
una manzana que se le ha perdido. Yo le daré dos una para el niño y otra para
vos”. Lo imagino recorriendo un barrio
de calles de tierra. En las noches en las que hace frío, él trae unos guantes
de cuero que tienen unas iniciales y yo creo que son de su mujer, las mismas
iniciales se repiten en una bufanda a cuadros rojos y negros que lleva siempre.
A veces lo veo más agachado y con más dificultades para andar. Para él, el
tiempo gira lento y para mi, demasiado rápido. No sé cuánto más podremos
soportar los inviernos crudos o los veranos tenaces, o la humedad que reseca
los huesos. Por eso lo miro y disfruto mirarlo, disfruto la perplejidad de
tenerlo frente a mí, aunque sea una hora, que es el tiempo que dura nuestro
viaje.
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