sábado, 25 de febrero de 2012

Sobre el chico del cabello rojo o Sobre un episodio de la realidad


El chico del cabello rojo con sus escasos seis años y once meses me preguntó ¿A qué le tenés miedo?

MIEDO a quedar atrapada en la oscuridad de una ruta solitaria
MIEDO a la velocidad extrema en la noche

MIEDO a quedarme sola
MIEDO a que muera gente que quiero

MIEDO a los enrosques de mi cabeza
MIEDO a no tener plata
MIEDO a no trabajar nunca más de lo que elijo

MIEDO a ver cosas que no quiero
MIEDO a la inmensidad de mi casa

MIEDO al abandono

MIEDO a hacerme grande y sentirme pequeña
Por lo tanto MIEDO a cumplir años

MIEDO a estar cerca, a sentir tu olor a tabaco
pero estar a miles de kilómetros de distancia
MIEDO a escuchar el arrastre de tus pies
y no verte

MIEDO a que no salga el sol

MIEDO a las peleas entre perros
MIEDO a pasar cerca de perros desconocidos
MIEDO a los rottweiler
MIEDO a los que dicen
que los perros huelen el MIEDO
Mejor dicho, MIEDO a los perros

MIEDO a los ambiciosos oportunistas
MIEDO a alguien que pertenece a ese grupo
Pero que no puedo nombrar
por discreción
Y porque no sumaría de nada
que sepan su nombre

MIEDO al determinismo
MIEDO a la ambigüedad
En todo caso MIEDO a mis contradicciones

viernes, 17 de febrero de 2012

Escrito para un hombre que podría ser mi Abuelo


Estamos apoyados en los caños fríos de la garita, coincidimos en el ser transeúntes. Esperamos el mismo colectivo, ese 143 que va desde Primera Junta hasta los confines de Hurlingham.
 Todas las madrugadas observo el mismo rostro, todas las madrugadas viajamos juntos pero sólo nos miramos. Jamás intercambiamos palabras pero parecería que nos conocemos. Muchas veces lo imagino de joven: vigoroso, bien vestido, ligero, respetuoso (esto último lo he percibido ya que siempre me deja ascender primero al colectivo, aunque muchas veces no acepté y me ofrecí yo a darle el paso).  Como decía, lo imagino del brazo de una mujer baja, de labios rojos y pelo negro, muy negro. Lo imagino sosteniendo un niño en brazos, cantando un tango o una canción de cuna que diga algo así: “Santa Ana María porque llora el niño por una manzana que se le ha perdido. Yo le daré dos una para el niño y otra para vos”.  Lo imagino recorriendo un barrio de calles de tierra. En las noches en las que hace frío, él trae unos guantes de cuero que tienen unas iniciales y yo creo que son de su mujer, las mismas iniciales se repiten en una bufanda a cuadros rojos y negros que lleva siempre. A veces lo veo más agachado y con más dificultades para andar. Para él, el tiempo gira lento y para mi, demasiado rápido. No sé cuánto más podremos soportar los inviernos crudos o los veranos tenaces, o la humedad que reseca los huesos. Por eso lo miro y disfruto mirarlo, disfruto la perplejidad de tenerlo frente a mí, aunque sea una hora, que es el tiempo que dura nuestro viaje.